El sueño de Mustafá



Rue de Galilée, Tánger (agosto de 1962)


Huele a yerbabuena y a sebo, y en mi cabeza suena «Ya Mustapha» de Bob Azzam


Hace calor


EL CAOS de las calles

como acaracoladas,

la melancolía de tus palabras,

Tánger: exceso y desmesura.

José Ricart, «Samarkanda»


Confieso que no lo sé (mal empezamos). No sé si es un recuerdo cierto, un implante, el sueño de una oveja eléctrica o simplemente un deseo. De lo que sí estoy seguro es de que, cuando pienso en la etapa tangerina de mi vida, la de mis tres primeros años, la cabeza se me inunda de acordes. Acordes de una canción que (ahora lo sé) cantaba un tal Bob Azzam: «Ya Mustapha».


Cierro los ojos (ciérralos un segundo conmigo, por favor) y me veo en una habitación en la que hay una cuna de madera, un armario de llaves doradas, y tres o cuatro golondrinas de porcelana colgadas de la pared. Todo está en calma. Es la hora de la siesta y solo un rayo de sol rompe la perfecta quietud del dormitorio... De pronto, las notas de «Ya Mustapha» surgen, muy lejanas, de la radio del vecino (Federico, mi vecino se llamaba Federico).


«Chérie je t'aime, / chérie je t'adore, / come la salsa di pomodoro * ...».


Más que oírlas, las imagino. Mis manos se aferran a los barrotes de la cuna y mis rodillas, todavía torpes, empiezan a percutir al ritmo de la música; y pienso (o tal vez sueño) que soy una partícula de polvo más y que, flotante y errático, atravieso la claridad del rayo de sol para alcanzar, primero, los visillos, después, las molduras de escayola del techo y, finalmente, las alas de una de las golondrinas de porcelana. Todo es sosiego y movimiento browniano.


«Thala aya Mustapha yaemil quelam / heneal quamé bemane aveneal quélam... / Where

my live oh guest oh guest, yes my love / Oh guest, oh guest...! / Ya Mustapha, ya

Mustapha!!!»


Un perro ladra en la calle. Me molesta mucho porque impide que me concentre en las notas que salen de la garganta del cantante libanés. Mis rodillas se detienen y automáticamente dejo de sentirme partícula de polvo. Empiezo a caer.


Pero el perro se calla y huye cuando el aguador al que asediaba intenta asestarle una pedrada. Finalmente no le da, pero le hace huir con el rabo entre las patas por la rue de Galilée abajo. Oigo el tintineo de los jarrillos de latón y los balbuceos descontentos del azacán mientras voy regresando a mi sueño espeso. Vuelvo a remontar y subo, subo y subo como un globo... Y ahora bajo. Me muevo en dirección a la ventana; ruedo sobre mis ejes como un giroscopio, luego cambio súbitamente y me dirijo a la puerta...


«Tu m'as allumé avec une allumette / Et tu m'as fait perdre la tête... / Chéri je t'aime

chéri je t'adore, come la salsa di pomodoro... / Ya Mustapha, ya Mustapha! / Anavaé

badia Mustapha / ça va cherim faila attaarim / eronquerim matché ema hatchim...»


Floto en la tibia atmósfera de agosto... Y, sin aviso previo, mi padre, que acaba de llegar del taller, abre la puerta del cuarto y asoma su cara tiznada y me susurra: «Chéri je t'aime chéri je t'adore, come la salsa di pomodoro...». Mi madre le sigue de lejos con una sonrisa dulce, vasta y satisfecha.


Me siento querido, tranquilo, adormilado y etéreo.

* En francés e italiano, «Amor mío yo te quiero, / amor mío yo te adoro / como a la salsa de tomate».

La siesta